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2. crucifixiÓn - Poemas de Federico García Lorca



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2. crucifixiÓn
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

La luna pudo detenerse al fin por la curva blanquísima de los caballos.
Un rayo de luz violenta que se escapaba de la herida
proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.
              
La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban,
pero los cálices eran de viento y al fin llenaba los zapatos.
Cojos perros fumaban sus pipas y un olor de cuero caliente
ponía grises los labios redondos de los que vomitaban en las esquinas.
Y llegaban largos alaridos por el Sur de la noche seca.
Era que la luna quemaba con sus bujías el falo de los caballos.
Un sastre especialista en púrpura               
había encerrado a tres santas mujeres
y les enseñaba una calavera por los vidrios de la ventana.
Las tres en el arrabal rodeaban a un camello blanco,               
que lloraba porque al alba
tenía que pasar sin remedio por el ojo de una aguja.
¡Oh cruz! ¡Oh clavos! ¡Oh espina!              
¡Oh espina clavada en el hueso hasta que se oxíden los planetas!
Como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse.
Entonces se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:               
Esa maldita vaca tiene las te--s llenas de leche.
La muchedumbre cerraba las puertas               
y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón
mientras la tarde se puso turbia de latidos y leñadores
y la oscura ciudad agonizaba bajo el martillo de los carpinteros.
              
Esa maldita vaca
tiene las te--s llenas de perdigones,
dijeron los fariseos.               
Pero la sangre mojó sus pies y los espíritus inmundos
estrellaban ampollas de lagunas sobre las paredes del templo.
Se supo el momento preciso de la salvación de nuestra vida.
Porque la luna lavó con agua               
las quemaduras de los caballos
y no la niña viva que callaron en la arena.
Entonces salieron los fríos cantando sus canciones               
y las ranas encendieron sus lumbres en la doble orilla del rio.
Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita               
no nos dejará dormir, dijeron los fariseos,
y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle               
dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios
mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.               

Fue entonces
y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.
              
Nueva York, 18 de Octubre de 1929

              

              
3. PEQUEÑO POEMA INFINITO
              
Para Luis Cardoza y Aragón

Equivocar el camino
es llegar a la nieve               
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
              
Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que mata dos gallos en un segundo,
y luz que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.
              
Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro               
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.
              
Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes               
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.
              
Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,               
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto               
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,               
pero el número dos adormece a las mujeres
y como la mujer teme la luz               
la luz tiembla delante de los gallos
y los gallos sólo saben volar sobre la nieve               
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios
              
Nueva York, 10 de enero de 1930

              

              





                                                         




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