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7. panorama ciego de nueva york - Poemas de Federico García Lorca



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7. panorama ciego de nueva york
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

Si no son los pájaros
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire               
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,               
porque los pájaros están a punto de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna               
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten la tela.
Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas               
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.
              
Un traje abandonado pesa tanto en los hombros
que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.
Y las que mueren de parto saben en la última hora               
que todo rumor será piedra y toda huella latido.
Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales
donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.
Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas               
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra amor.
              
No, no son los pájaros.
No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna,
ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento,
ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada,
Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo,
es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,
es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan
el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.
Yo muchas veces me he perdido               
para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas
y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas               
y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.
Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas               
donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;
plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas               
y para la tierna intimidad de los volcanes.
No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,
pero dientes que callarán aislados por el raso negro.
No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra.
La Tierra con sus puertas de siempre               
que llevan al rubor de los frutos.

              

              
8. NACIMIENTO DE CRISTO
              
Un pastor pide te-- por la nieve que ondula
blancos perros tendidos entre linternas sordas.               
El Cristito de barro se ha partido los dedos
en los tilos eternos de la madera rota.               

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.               
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.               

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes
coronadas por vivos hormigueros del alba.               
La luna tiene un sueño de grandes abanicos
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.               

El niño llora y mira con un tres en la frente,
San José ve en el heno tres espinas de bronce.               
Los pañales exhalan un rumor de desierto
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.               

La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.               
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma
van detrás de Lutero por las altas esquinas.

              

              
9. LA AURORA

La aurora de Nueva York tiene              
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.
              
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas               
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca               
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos               
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos               
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,               
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos               
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

                                                                                    




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