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Diwan del claroscuro - Poemas de Lourdes Dina Rensoli Laliga



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Diwan del claroscuro
Poema publicado el 12 de Noviembre de 2008

A la ciudad de Córdoba, fragmento de Sefard y Al-Andalus, carne y sangre de mi estirpe,
A la unidad de España
y de las culturas que alentaron en ella
A mis abuelos, Ana y José, a mi madre, Carmen,
hijos de Sefarad y Al-Andalus;
A cuantos he sido     





















HUBO UN TIEMPO...                                                           
Hubo un tiempo en que las agujas góticas, ansiosas del cielo, se unieron a los arcos suaves, a las cúpulas, a los desafiantes minaretes.  Las gárgolas amenazantes, preludio de eternas penas, los capiteles miniados, testigos del Gran Pescador, se alternaron con los trazos geométricos, portadores de la Palabra hecha imagen sonora, con el misterio de las letras milagrosas conocidas por los primeros Padres. Su secreto yacía en la música: sones del órgano milagrosamente alternados con el violón y el rbâb, con el ud y la darbûka, canto llano brotado de los claustros en contrapunto con nûbas y tûshiyas, troqueos y mares, con el sobrecogedor llamado del shofar. Así, repetían el inicial desorden de la Creación, antes de separarse las tierras y las aguas, cuando sobre ellas sólo bullía el Espíritu.
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La oscuridad, apenas rota por luces y vitrales se mezcló con la luz multicolor, mil veces reflejada por los mosaicos, el tañido de las campanas con los cantos del Sabbath y el llamado a viva voz del almuédano. Y brilló la Palabra, vertida en dos libros, en tres formas, espejo una de la otra, escritas de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Testigos del prodigio fueron las celdas donde ascetismo y ayuno interrogaban a la exuberancia de jardines y cantos, a las luces inextinguibles de Januká, a la alegría del Ramadán; donde hábitos de estameña y cilicios callaban ante túnicas de raso y seda, se avergonzaban ante las ropas simples, impuestas como marca de infamia, donde el incienso se expandía en triple y opuesta función. El Arca Santa retó al altar y al almímbar a entonar la más bella de las plegarias.  Y las voces, juntas, se elevaron al cielo.
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La oración fue escuchada.  Tras la contienda de los hombres se alzó un nuevo reino, tras el combate y la muerte confluyeron tres senderos en un mismo valle.  Lejos, más allá de las montañas y desfiladeros que presenciaron la agonía de Roland, prosiguió la guerra al llamado de Godofreso de Boullon, de Luis el Santo, de Ricardo Plantagenet, de Federico Barbarossa.  Al sur de Iberia resurgió la utopía, destinada a sucumbir a manos de la debilidad y la fuerza unidas y mortalmente enfrentadas.  De los contrarios nacieron hijos que sobrevivirían a la intolerancia, a la incomprensión, a la soberbia de la victoria y la humillación de la derrota, al dolor del destierro y de las persecuciones: la última Hesperia de los romanos se inclinó de tres formas ante el único Dios.
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En Medina Zahara se congregaron las bendiciones de la inteligencia y de la sensibilidad.  La nostalgia del paraíso en la tierra estuvo a punto de diluirse en la Alhambra, delirio de los tres reinos.  Como brotaron el universo y la historia del sueño del Eterno, de su imagen, sacudida por todas las tormentas, temible y desvalida, irrumpió un testimonio de piedra y flores, de agua y música, de poder y lágrimas, de espadas y versos: Al-Andalus soñaba y era soñada.
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En la corte de Arturo fue recibido entonces el moro Palomides, y Sir Gawan y Sir Lancelot lo escoltaron hasta el trono real, donde fue proclamado miembro de la más ilustre orden de caballería del mundo cristiano.  Isolda sonreía y Tristán, al advertirlo, sintió un dolor más agudo que el provocado por la lanza enemiga al hundirse en su carne.
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¿Dónde fueron las construcciones caprichosas, que alternaban el maguen, la cruz y la creciente luna?  ¿dónde las torres enigmáticas que anunciaban una fe ya sin sello a fuerza de mostrar todas sus caras?
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Tres mundos ejecutan un juego sagrado, el juego de los rostros de Dios al proyectarse sobre la Creación.  Contradicción y diafanidad, Unicidad y Trinidad que apenas sugieren al Gran Misterio, de terrible belleza. Oración que se eleva desde sinagogas, alfombras y reclinatorios, con los sabores del vino consagrado y del vino prohibido, con las peregrinaciones hacia la eterna Jerusalem, guardiana del Sepulcro, y hacia la Kaaba, testigos de un poder incomprensible.
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Danza de voces y figuras en lenguas antitéticas:  Walther canta a la dama Mundo cuyo néctar ha apurado y Omar Khayam desafía al
destino con la misma copa entre las manos.  Abélard conjuga silogismo y verso, reflexión y pasión, tras los cuales brilla el rostro amado, mientras Averroes predica el carácter dual de la verdad. Ramón Llull alerta contra los dogmas que dividen a los hombres, y Yehuda Halevi compone los más encendidos versos de amor pregonando la verdadera vida de la fe. Los juglares difunden las proezas del Cid, y Hafez ve un mensajero del Eterno en el escanciador que cada día le escucha en la taberna.  Los más avisados ingenios recogen las enseñanas de Isaac Luria, de
Maimónides, de Avicebrón, en secreto, con temor de la acusación infame de magia negra. Beatriz de Dia reta al trovador famoso a
un intercambio de ingenios y donaires que la hará perder su amor, herido el orgullo ante la frase exacta brotada de los labios
delicados, y Sheherezada comienza a narrar una noche más, cultivando el tiernísimo y frágil brote del amor con su sabiduría.  Todos máscaras en un desfile interminable, pasos de una misma danza.
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Sombra y luz, maguen, cruz y media luna; penumbra gótica y mudéjar, claridad proveniente de lo alto o filtrada por todas partes, amor divino y amor humano fundidos íntimamente y abruptamente escindidos, carne rechazada por pecadora y deseada como anuncio del Paraíso.  Versos y sentencias, versículos y aleyas, magias enfrentadas y conjugadas: Diwán del claroscuro.








GACELA DEL MAR

¿Alguna vez, amigos, habéis imaginado
las alegrías eternas
que el Todopoderoso depara a los creyentes?
¿han visto vuestros ojos la belleza
apacible y mortal, temible y límpida
del azul infinito que cabe en nuestras manos?

¿habéis quizás gustado
ese sabor de sal que nos regala
la raíz de la justicia?

Dejemos la taberna
donde hemos llorado por la vida
que burlona se escapa.

Paseemos un poco por la orilla
donde las olas cantan
historias apenas concebibles,
parajes donde acaban los pasos del errante,
donde se funde el llanto con el ritmo
suave e inalterable del reflujo
y palacios de conchas antiquísimas
resguardan a la amada que buscamos
en todas las leyendas, cuyos ojos
son dos gotas nacidas del abismo
y el miedo y el amor nos sobrecogen
si osamos contemplarlos cual si perteneciesen
a mujeres mortales. 

                        Los cabellos
de las hijas del mar, libres y sueltos,
flotan sobre sus hombros,
el sol no quema nunca sus miembros delicados,
nos aguardan soñando en lo profundo,
guardadas por efrits
con figuras de peces y serpientes.

Ellas conocen esas melodías
que los mejores músicos
no han logrado jamás ejecutar
ni recordar siquiera
cuando la luna llena del mes de Ramadán
los turba con visiones
y los hace escucharlas
o más bien presentirlas entre sueños.

Algunos viejos cuentan
que sus antepasados conocieron
a quienes intentaron
llegar a los palacios sumergidos
y nunca regresaron
convertidos en bosques de coral
para ocultar la entrada más hermosa
al abismo cambiante y transparente
junto al cual nos sentamos
a refrescar el rostro
y el corazón cansado por el pesar que oprime.

Dejemos la taberna y las cerradas cámaras
donde aman y meditan quienes nunca
han gustado el sabor de lo imposible,
vayamos a la orilla
donde los pescadores
con el tayîn humeante, nos esperan
y calmemos un poco, al ritmo de las olas,
nuestra angustiosa sed de una bebida
imposible de hallar en este mundo.



GACELA DEL INVIERNO

Ha huído el dulce viento del verano,
se retiran las flores,
los pájaros preparan su partida
hacia lejanas tierras, cálidas y apacibles.

En la terraza, las primeras ráfagas
del frío, colorean las mejillas
de mi amado, que añora
parajes nunca vistos.

Nada le dicen ya los arrayanes
ni las fuentes de jaspe, con surtidores
que envían al cielo su oración discreta,
ni los dorados peces, ni los lirios
flotantes en las aguas, entre luces
e irisadas estelas.

Los ojos de mi amado se pierden a lo lejos,
su corazón se funde con estrellas errantes,
la belleza del cielo, su misterioso brillo,
los mil ruidos que anuncian los juegos de la noche,
aumentan su tristeza.

Dime, hermana, si perderé a mi amado,
si mis ojos
no bastarán para calmar su fiebre,
si la música
que para él compongo, nada dice
a su honda nostalgia.

No sé qué hacer, hermana,
cuando lo veo tan lejos y tan cerca,
daría mis tesoros
por escuchar su risa nuevamente
despierta ante mis labios y mis versos. 
Sólo en el vino calmo
este pesar continuo, y me pregunto
si mi amor nunca más dará su fruto.

¿Qué oscuro sortilegio,
llegado de remotos lugares lo ha hechizado?
¿qué viaje lo reclama, si ha cumplido hace tiempo
su deber de creyente?

¿debo ser yo quien parta
para que su memoria me dedique
el último homenaje,
para ocupar el sitio del recuerdo
que opaca mi presencia?

El dolor más intenso del amor es la ausencia
ante nuestra mirada
y quizás sea más sabio
beber sus soledades y sus melancolías.

Pero responde, hermana, si muriendo,
entraré en el recuerdo de mi amado,
o si viviendo, escucharé la música
que brota de sus dedos
y sus pasos
se unirán a los míos, en el paseo nocturno
hacia los pabellones perfumados
que al fondo del jardín, nos acogieron
en la época más bella
de nuestro amor, ahora moribundo
como mis alegrías.

- Hermana mía, quien ama
debe aceptar la unión y la distancia,
el beso y el olvido,
encontrar en el fondo
del propio corazón, el rostro amado.
Nadie puede quitarnos lo que nos pertenece
porque alienta en nosotros.
Vive, hermana, su ausencia
como viviste un día su abrazo y sus palabras,
como vive el invierno la muerte del verano.

El amor es un soplo de lo Eterno
que se da a los sentidos,
llena entonces su copa de ese vino sagrado
que no conoce límites
e invítalo a embriagarse
con la inefable dicha de la música
surgida de los astros
para apresar un rayo de Aquel que nos envuelve
y se escapa, dejándonos la duda
de haberlo presentido.


















GACELA DEL AGUA

- ¿Por qué no corres, agua,
si de tu entraña herida brota el verso?

¿por qué esquivas los rayos de la luna
cuando traen un mensaje más remoto
que los reinos cantados
en leyendas nacidas de la noche?

- Me recojo en el pozo,
no quiero derramarme por la fuente
aunque el tañido
lejano de un laúd
invite a confundirse con la hierba
que duerme junto al fresco manantial
prisionero en los brazos
de la piedra cerrada, vigilante
como mi ser, flexible y multiforme,
y en el fondo del pozo, encuentro la respuesta
a mi último misterio.

- Agua nocturna, fecundante rayo
que recorre el jardín, como las alas
del pájaro de oro, mensajero
de una maga escondida entre tus gotas
donde se alza el palacio transparente,
donde todo deseo se refleja,

¿saldrás de tu secreta
meditación, al viento de los páramos?
¿no dirás a tu dueña que ya es hora
de convertirte en lluvia, surtidor o rocío
que lave las nejillas del amado y la amada?

- Sólo mi Creador conoce mi destino
y no tengo más ley ni voluntad
que una infinita Ausencia.

Podría mezclar mi curso
al del vino vertido de las copas
servidas por un hombre viejo y triste
que alivia en la taberna su diaria agonía
aunque no halla consuelo.

No me reclames, voz desconocida:
éxtasis y embriaguez son un único abismo,
no puedo distinguirlos, ni a la luz de las lámparas
ni cuando el sol se asoma
y por eso me escapo
para cerrar mi cauce junto al borde
mordido por el tiempo.

- Lamentarás un día tanta música
cantada en un secreto incompartible
que ni aun tu Señor ha escuchado
de tu laúd que vibra,
sobre sus cuerdas rotas y gastadas,
porque el canto y las bellas armonías
se hacen verdad tan sólo
en el oído sensible y delicado.

No apagarás la sed de los amantes
ni llorarás la muerte de los sabios.
¡Pobre y cansada agua, prisionera
de tu propio delirio!






GACELA DE LA MUERTE

- ¿Qué se esconde en tus ojos, mi gacela,
qué secreto te niegas a contarme
y marchita tus noches
cuando el vino reúne a los amigos
en la suntuosa cámara
donde cada rincón es un espejo
en el que tus miradas arrancan
las más bellas canciones
al laúd y la darbûka?

- He confiado en mis fuerzas, demasiado,
y me he paseado sola por el bosque,
lejos de las seguras
verjas de los jardines del palacio,
buscaba a los derviches,
a los sabios ascetas
que apagan sus dolores y sus cuitas
en un giro infinito,
y un venablo me ha herido en el costado.

No sé de quién partió,
qué mano tensó el arco
y alimentó la sierpe con mi sangre,
pero mi voz, antaño fuerte y honda,
se ha quebrado
y mis fuerzas se apagan.

- ¿Qué aleyas recitar, gacela mía,
para ahuyentar la muerte que te ronda?
¿Cómo llenar de nuevo tu aposento
con los más dulces trinos,
el color delicado de los pájaros,
los reflejos del ámbar
y la honda resonancia de las rosas
o el incienso que invade poco a poco
recuerdos y tristezas?

- Nada puedes hacer, amigo fiel,
para evitar el golpe
traidor y ponzoñoso del destino,
sin saberlo, nací para este instante.
Alguna antigua culpa de mis padres
debo pagar con el dolor que agota
sin brindar el descanso de la muerte.

- Puedo curarte con la bella música
que Dios mismo ha compuesto,
anotada en el libro de los árboles,
los rosales y prados, en las marmóreas fuentes
que ofrecen el descanso al peregrino
cuando cumple su viaje.

Puedo llenar de plumas
la sala abandonada
por cuantos acudían diariamente
a beber tu belleza de una copa,
a aspirar tu virtud en un arpegio.

- Lo pondré todo, amigo,
en las manos de Dios, el gran poeta
que escribe con las risas y las lágrimas
de todo el universo,
porque aguardar la curación es vana
esperanza de incrédulos
si su voz no la otorga.
Pide en mi nombre a los amigos
que beben a la luz de las estrellas
que derramen sus copas
por amor de la llama que se apaga.

- Habías nacido libre y venturosa,
llena de magia y fuerza,
tu canto atravesaba los ríos y desiertos
y encendía la noche con luciérnagas,
pero todo el saber y la ventura
se doblegan humildes
ante esa inmensidad que nos deslumbra
casi hasta aniquilarnos.

Mira, te han preparado
el diván más mullido,
magnolias y jazmines lo rodean,
los pebeteros calman con su aroma
el llanto más amargo.

Duerme ahora, descansa,
y olvida la traición que en tu costado anida.

Yo cantaré a la luna esas canciones
que una vez aprendimos de un poeta
ebrio y errante, solitario y pobre.
Tal vez ella lo llame
y él conozca el consuelo para ti.

- Me refugio en el sueño más amable,
preludio del Encuentro,
dí adiós a los amigos,
que algún día cercano
entonen mis canciones
y pueda revivir, cuando sus copas
se alcen hacia el Cielo.





¡CUANTO DARíA...!

¡Cuánto daría por escuchar de nuevo
aquella moaxaja
que enjugó tantas veces
el llanto desatado por un mundo
apenas comprensible
que pese a todo amaba
aunque ni los amigos lo creyesen!



























MOAXAJA DE YUSUF
            Hallada en Córdoba, en casa
                de mis antepasados

Esta noche, el secreto
de las estrellas, pesa en los sentidos
de la amante, y la invita
a susurrar su queja
al amigo que escucha
apoyado en la amable celosía:

Amo a Yusuf, el de los ojos negros,
de la rauda palabra,
de la sonrisa llena de promesas
y osadas sugerencias, tentaciones
que me hacen retirarme ruborosa
a mi balcón cerrado.

A ti, amigo,
que sabes recoger mi confidencia,
a ti te cuento todo:
Yusuf ha trastornado mis días y mis noches
pero ya no lo veo por mi calle.
Añoro sus cantares
y su gallardo andar.

Al escucharlo estallo
en una risa nueva, incontenible
como la dicha que el Creador ha dado
a bienaventurados y elegidos.
El me mira y sonríe
pero a poco se esfuma
sin contemplar mis lágrimas que brotan
cuando lo veo alejarse.

La gracia de Yusuf es tan preciosa
como mil bendiciones, su mirada
me hace temblar, y temo despojarme
del pudor que protege a la doncella
y lanzarme en sus brazos y decirle:
"¿Acaso no comprendes que te aguardo
y que te pertenezco?"

Amigo, me consumo
por lo que no recibo,
un beso de Yusuf sería mi muerte
y mi vida a la vez.
No sé cómo decirle con miradas
lo que callan mis labios,
pero Yusuf ha huído de mi puerta.

Temo que este dolor devore mi alma
y acabe con mis días,
porque sé que Yusuf teme mi encuentro
aunque ha puesto sus ojos muchas veces
en mi rostro y mi cuerpo tembloroso.

Quizás le han dicho que se perdería
si amara a una cristiana
de ojos azules y cabellos sueltos
que reciben el beso de la lluvia y el aire
y que lee los libros de los sabios.

Dile a Yusuf que el Creador nos hizo
semejantes a todos,
que Su Ley no conoce diferencias
entre pueblos y razas.  Que el Profeta
aceptó los consejos de Khadija,
que no escuche a quien llena su corazón de dudas,
que si ronda mi puerta nuevamente
la encontrará entreabierta.

Oh, Yusuf, mi señor,
esta triste gacela padece por tus besos,
consuélala, acude a su llamado
o hazle al menos saber que no la olvidas.
































MOAXAJA DEL OLVIDO

Cuando camino entre los arrayanes
y el surtidor entona
su canción de rocío y filigranas,
acudes, como el vuelo de los pájaros,
fugaz, a visitarme,
envuelto en la neblina de un encanto
distante, pronunciado en una lengua
que no puedo entender.

Mi alma, prisionera en estos patios,
recupera tu rostro en la nostalgia
de raras melodías,
preludio de los labios
dueños del transcurrir y de la espera
presa en los conos mágicos que vierten
su arena cada hora.

¿Qué haré cuando se esfume para siempre
tu imagen adorada,
cuando el jardín se vuelva un espejismo
y esta historia de amor una leyenda?

¿Qué harás cuando descubras que han llegado
los años del olvido
y te preguntes qué rencor, qué oculta
envidia arrebató de nuestras manos
el vino milagroso
que el mismo Creador nos ofrecía?

Y volverás a ver a los traidores
y les dirás:               
              "¿Acaso no es el mundo
parecido a este vino
de tono transparente y sabor dulce
aunque capaz de echar todos los males
sobre nuestras cabezas?
Pero el amor de Dios perdona a todos,
¿cómo yo no he de hacerlo?

Bebamos pues ahora, compañeros de viaje,
y olvidemos un poco la amargura
y la herida incurable
en los brillantes ojos de la joven
que escancia en nuestras copas
este vino purísimo, veneno
seductor, que transforma nuestra sangre
en antorcha de muerte."

Tú, que pasas y escuchas mis cantares,
aprende de esta historia
cuánto puede esperarse del corazón humano
si su embriaguez no viene
de un néctar luminoso e imposible
cual regalo del Cielo.
















HISTORIA DE LOS TRES SABIOS Y EL GENTIL
                    Así la soñó Ramón Llull,
                        hace siete siglos

Son los custodios de la más valiosa joya.  Para llevar al mundo la alegría de compartirla, han viajado durante siete siglos; el cristiano, desde Mallorca; el judío y el musulmán, desde Córdoba, tras prometer encontrarse al regreso.  Llull, Maimónides y Averroes se abrazan con cariño.  Su amistad ha sobrevivido a los decretos de expulsión, a la toma de Granada, a las Cruzadas, a los ataques a Gaza y Cisjordania, a los campos de exterminio nazis, a la guerra del Golfo, al asedio despiadado contra Zarajevo. Llull ha peregrinado por extrañas tierras, parece cansado. Los cordobeses comprenden su fatiga: también la sienten. El judío ha luchado contra la incertidumbre humana. El musulmán la ha sembrado, a pesar suyo.  Habla al fin Maimónides:
-- Mi saber es el más antiguo, y me obliga a hablar el primero. Ya que el objeto de nuestros viajes ha sido mostrar la joya a nuestros hermanos, transmitirles la alegría que irradia, os propongo contar qué han visto en ella amigos y enemigos, para que a los tres nos sirva de ayuda la experiencia de cada uno.
-- Comienza entonces--asienten los otros.
-- He llevado siempre la joya sobre mi pecho, sin que malhechor alguno se atreviese a arrebatarla. Todos la han visto: los amigos, como un escudo luminoso, en forma de estrella de seis puntas, forjada en oro de Ofir; los enemigos, como el fruto de mi avaricia y mi maldad.
Llull toma la palabra:
-- ¡He recorrido tantos pueblos! Pero mi suerte no ha sido mejor. Los amigos la han visto como un rubí, nacido de la más preciosa sangre que el amor ha vertido.  Los enemigos, como el despojo arrancado a las víctimas inocentes de un poder arrogante y despiadado.
Las frases de Averroes tienen el color de la tristeza:
-- He mostrado la joya con los más amables gestos. Unos se han negado a mirarla. Otros han pensado sólo en su alto precio. Con todo, algunos han accedido a examinarla atentamente. Los amigos han visto en ella una esmeralda engastada en la misma luna, cuando su fuerza crece y evoca la esperanza y el florecer de la vida. Los enemigos como un demonio tentador y falso, que vuelve al hombre fanático y traidor.
Deciden entonces seguir juntos el camino emprendido frente a la zarza en llamas, meditando en silencio.
Lejos de allí, un hombre cansado se sienta al borde del camino.  Piensa en su vida, avanzada ya, y en la Gran extinción que se avecina.  ¿A dónde irán los largos años de estudio, la afición por las ciencias y las artes, el esfuerzo por el bien, y los errores?  ¿qué sentido tiene una vida condenada a disolverse en el vacío, sus muchos dolores y sus contadas alegrías?
Así discurre el hijo de la posmodernidad, como hace siete siglos discurría otro gentil.  Nada sabe de Eternidad ni de Amor, más allá del frágil e inseguro vínculo entre los seres humanos, acaso ilusorio.
Los tres sabios han llegado hasta donde el hombre permanece, sin esperar nada ni a nadie, y han escuchado su dolor, su vacío nacido del escepticismo.  Les basta una mirada para comprenderse mutuamente: deben hablarle, como hace siete siglos al otro gentil.  Por orden de antigüedad pronuncian su discurso y su oración de amor: el judío, sobre la Inconmovible Roca y Fortaleza que dividió en dos al Mar Rojo.  El cristiano, sobre la Vida que en la Resurrección vence a la muerte.  El musulmán, sobre la Misericordia y la Clemencia infinitas del Unico.  Y al concluir, le observan, esperando sus palabras.
El hombre los contempla entre asombrado e irónico, y al fin pregunta: 
-- ¿No érais los peores enemigos?  ¿No perdí los deseos de escuchar vuestras doctrinas después de conocer cómo vuestros hermanos de fe se matan, calumnian y condenan unos a otros?
Los tres sabios están ahora tristes: 
-- ¿Qué decirte, hermano?  Es el mundo.  Frente a él, sólo nos queda amar.  Y te amamos.
-- ¿Qué motivo tendríais para amarme a mí, un desconocido?
-- Esta joya, que te ofrecemos.
El gentil la ha tomado en sus manos, la contempla, y su mirada se pierde en una dimensión inusitada.
-- ¿Qué ves?
-- Nada con los ojos del cuerpo. Pero recibo de ella algo que desconocía: la paz. Y una gran dulzura me llena.
-- ¿Qué más podemos hacer por ti?
-- Permitidme marchar con vosotros.
-- Respóndenos antes: si no has podido verla con tus ojos, ¿qué has hallado en la joya? ¿la sabiduría? ¿la nada? ¿la reconciliación con tu pasado y tu futuro?
El hombre, como antaño, se ha quedado pensativo.
Así lo cuentan de nuevo, siete siglos después, los tres sabios.  Hoy viajan junto al gentil, que siente llegar a su vida el bendito absurdo del Amor.





















HISTORIA DE UNA FLOR

Nació un día, entre tréboles y cardos
para alegrar al sol con sus colores,
pero no podía verlo: las ramas de los árboles
impedían el paso de la luz.

Pasó años oculta, en lo profundo
de un bosque donde nunca
traspasaron los rayos benéficos
el tejido frondoso de las copas,
y la flor aguardaba: no quería,
no podía agostarse, morir, sin recibir
el dorado fulgor de la mañana.

Os invito a buscarla, a preguntarle
cómo logró sobrevivir al húmedo
deslizarse de insectos, hongos y caracoles,
qué bendición acompañó sus hojas
y protegió sus pétalos
pues tal vez el secreto de la paciente flor
consiga transformar
en aroma y matices delicados
nuestras pequeñas muertes.












JUEGO
    "¿A dónde se ha ido tu 
    amado, oh, la más hermosa
    entre las mujeres?
    a dónde se apartó tu amado
    y lo buscaremos contigo?"
          Cantares, 6,1.

Te hablaba, y de repente te esfumaste
y comencé a buscarte:
tu voz, desde el jardín, guiaba mis pasos
hacia el rincón más fresco
donde adquirían las flores
tonos de vida eterna,
pero no estabas ya. 
                  Junto a la fuente
percibí tu silueta,
derramaba en tus manos el surtidor de plata
una bebida embriagadora y dulce,
posados en tus dedos, los pájaros bebían
y yo intenté imitarles, pero sólo
hallé lirios de agua.

En el atardecer, se vislumbraban
las primeras estrellas
y creí ver tu rostro dibujado
en uno de sus rayos
que iluminó mis pasos apenas un instante
para desvanecerse.

Triste y cansada, regresé al amable
abrigo de mi alcoba,
en la ventana, un pajarillo amigo
me anunció tu presencia.

No le creí, perdida mi esperanza,
el sueño cobijóme, y en su hondura,
he aquí que reapareces en el vergel, sonriente,
y dices que me aguardas...
CANCION DE DONIAZADA

¿Quién eres tú, el del rostro
altivo y adorable que he visto sólo en sueños?
¿en qué lejano reino algún palacio guarda
el ruido de tus pasos,
el tono singular de las plegarias
que envía tu voz al Cielo?

y las praderas saben de tus triunfos
en caza y cetrería,
cuando cabalgas en el potro blanco
hasta los arrecifes, donde rompen
los desafíos del mar que nos separa,
junto al cual tañes el laúd y cantas
una canción apenas comprensible
porque también presientes mi existencia.

Ningún efrit podrá
impedir por más tiempo nuestro encuentro:
mi magia es el destino, que he leído
en las hojas del té, en el luminoso
vuelo de las estrellas.

Mañana me hallarás en el camino
transformada en asceta o en mendiga,
en fuente o en paloma.

¿Sabrás reconocerme?, me pregunto
a veces con temor,  ¿será mi música
más fuerte que el apego
a lo que nunca llega
y desde su sitial inalcanzable
mantiene viva la ilusión del hombre?

No puedo adivinar.  Confío mi anhelo
a la Misericordia que ha salvado
a mi hermana querida
del dolor y la ira de Sharyar
y en busca del amor, como ella misma,
elevo mi conjuro la milésima noche.































NISHAMA                                     
      "pero mi amado se había ido,
      había ya pasado,
      y tras su hablar salió mi alma"
            Cantares, 5, 6.


I
Escucha, corazón, escucha sólo,
escucha en el silencio, no pronuncies
ni una sola palabra,
deja ser al amor: él no precisa
ninguna de tus quejas ni de tus confesiones,
él se basta a sí mismo y te sostiene
en todos los vacíos.

II
¿Dónde has estado, amor, mientras buscaba
tu apariencia carnal?, mientras la espera
lloraba sequedad, cuando tu forma
se esfumaba al tender mis pobres brazos
en la torpe caricia de quien se sabe lejos
en la rara fragancia
que inunda los desiertos que fecundas.

III
Yo nada espero, amor, yo nada pido
pues formo parte tuya, y aun las aguas
me devuelven tu risa, tan secreta.

IV
Vas trazando la estela de mis viejas heridas,
vas tejiendo en secreto mi soledad más honda.

V
No me juzgues, amor, ¿cómo podrías?,
tus pasos y tu aliento bendicen los errores
sembrados en mi piel.

VI
Buscarte no es faena ni solaz de mis horas.
Estás en todas partes, aunque no olvide nunca
el frío de mi lecho.

VII
Quiero la indecisión y la tristeza
para vestir mis noches,
quiero la indefensión y el egoísmo
para adornar mi pelo.
Regálame el dolor de esta existencia,
tu cólera y tus lágrimas
para tejer con ellas mi corona de novia.

VIII
Eres, amor, el don fuerte y sagrado
que me hace posible.

IX
Te abrazo en el silencio,
beso tu voz, tus sueños, tu aliento, tu mirada,
beso el tiempo que amante me concedes,
beso tus ademanes
y los presentimientos dolorosos
que enturbian mis instantes.

X
Y por fin estoy grávida:
mi cuerpo incuba el canto
que engendró tu simiente,
el que me hará volver desde mil puntos
a Sefarad bendita,
el que me sostendrá hasta el tan lejano
final de mi destierro.

FABULAS
I
Apenas un hilillo de luz brota del alma,
se repliega a lo hondo
y con tonos menores, ejecuta
melodías humildes, sigilosas,
esos cantos secretos y lejanos,
incomprensibles casi
que dejan un aroma suave como un arrullo.

II
Desde el centro del bosque vienen tañidos
de arpas no pulsadas por manos,
quizás el viento
arranque de sus cuerdas esa música,
quizás rayos, presencias invisibles
guiados por la reina de las hadas.

Descubrirlo supone una aventura
y un peligro infinito.

III
Tras vencer enemigos y dragones,
desencantar doncellas,
liberar caballeros traicionados,
regresa Palomides a la corte de Arturo.

La round-table le aguarda de pie, con la corona
de laurel junto al trono.
Una dama velada ha de ceñírsela.
¿Isolda?  Palomides mira a Tristán
que lo saluda con secreta envidia
y baja la cabeza.

IV
Se ha visto en el jardín al unicornio
junto a la antigua fuente, casi exhausta
donde la hija del rey pasa sus tardes
tocando el arpa y recogiendo flores.

Cuentan que se ha acercado a la doncella,
se ha arrodillado, preso de algún extraño efluvio
y ella le ha mostrado la palma de su mano
donde un botón de rosa empieza a abrirse.






                                                       





















GUILGUL
“Yo os conjuro,
oh, doncellas de Jerusalén,
por los corzos y
por los corzos y por las ciervas
del campo, que no despertéis,
ni hagáis velar al amor
hasta que quiera”
      Cantares, 3,5. 

Yo velaré a tu lado,
vigilaré el camino que recorrimos antes,
aguardaré los años necesarios.

Tu despertar ha sido fatigoso,
la angustia de los siglos te ha abatido,
el dolor de la muerte reiterada.
Sé que te perderé, porque la culpa humana
te llevará muy lejos,
pero elegí volver.

Sólo por contemplar tu nuevo rostro
elegí esta contienda interminable,
este reconstruir lo derrumbado
que apenas concluído, se deshace
y lacera mi carne y mis pequeñas
ansias de asir tus espejismos,
de perderme en tus pasos y recobrar el hálito
a una palabra tuya.

Retornar de la muerte es tan sencillo
si la frágil psiqué se lo propone,
si el amor nos levanta del sepulcro,
si nos otorga voz, manos y rostro...

Recordar, recordar cada sonido,
cada forma y color, cada sonrisa,
no existe otro secreto: los amantes
se liberan del polvo,

Dios no les abandona, les concede
otra oportunidad, aunque los lanza
sin guía hacia lo oculto, y nuevamente
habrán de recordar
a lo largo de tantas estaciones,
en el sueño del viaje,
sujetos a una extraña servidumbre.

Dios comprende aunque calla y se retira,
nos deja frente a frente, confusos, fatigados,
con la oscura ansiedad de quien no logra
comprender el origen de la furia
que sacude los cuerpos y los deja
casi sin voluntad.

El impulso primero es desasirse,
deshacerse de historias olvidadas,
narradas una noche junto al hogar amigo
con leños olorosos, crepitantes,
mientras afuera entonan sus cánticos
espectros de las sierras.

Es inútil: retornan las visiones,
ocupan el lugar de la tranquila
conciencia del instante
e intentan apresarnos entre sus fuegos fatuos
para mostrar al cabo, traicioneras,
en azogues ceñidos por la más pura plata,
imágenes rientes,
ajenas al vivir en un espacio
que dejó de ser nuestro.

Yo aceptaré el sueño de mis actos
a la exacta medida del pelícano
que se desgarra el pecho.

Descansa, amor, descansa,
volveremos a vernos,
se nos otorgarán años de dicha,
nos reconoceremos.

Convertir en proceso este minuto,
apresar su sentido más arcano,
su infinita riqueza, será el medio.

Sé que aún viajaré por esos rumbos
carentes de medida o dimensiones
asibles por la mente.

Silencio y paz, espejos que a lo largo
de esta senda devuelven imágenes serenas,
nos tienden sus celadas
con la falsa inocencia de los elfos
--porque no basta el gesto protector de las manos
si las recorren ráfagas heladas,
con el ritmo del miedo--,
pero retornaré, te lo he jurado,
te hallaré donde estés
en tu nueva figura, cuyos ojos
contemplo en este instante.

Descansa, amor, descansa,
volveremos a vernos.
               








INCLINATA RESURGET

Vida de luz crepuscular y gótica,
oro de agujas clama por el cielo,
vergeles asesinos lo encarcelan
y el azor se consume
en nostalgia de viento y remolino,
de aventura salvaje.

Oros, crespones, cierran las ventanas,
el castillo ordenó sus rascacielos
y proyectó desfiles para los visitantes
que vendrán a indagar
por qué el nominalismo no ha triunfado
sino que aguarda un poco a la semiótica,
a la ciencia integrada,
para lento, seguro de su última sentencia,
dirimir la polémica de los universales
sin un Pedro Abelardo de la Tierra
que ya, en otra galaxia, se aposta tras un vértice
y yergue el Paracleto, rey de la cibernética
en los antros de un orbe
demasiado infinito para su entendimiento
y tañe su vihuela con la máscara abierta.

La vida monacal eleva al amo,
al ángel derrotado en su memoria
subordinada al híbrido animal que fingiera
la amorosa sonrisa
atada a los decires, al concepto, a la lógica
por sus profetas más autorizados.

Predice desde el fondo, besando en las galeras
las desmayadas alas de los héroes vencidos,
una parte y un tiempo donde encender la hoguera
en que el Bruno de entonces se dará en holocausto
para reabrir un ciclo.
Entrégame, si puedes, esa piedra,
yo he de hacerla rodar desde los claustros,
yo he de darla a los monjes y guerreros
que tornarán en oro, por su roce,
armaduras y cirios.






























TIKKUN

¿Qué harás de mí, destino?
¿a dónde me conduces?  Temo a veces
despertar en extraños siglos y dimensiones
que despojen mi alma de todos sus secretos
y edifiquen en ella sus moradas
con cimientos ajenos e imposibles.

¿Me obligarás a abrir antiguas tumbas
para leer en ellas el pasado
de mi dormida estirpe? 

                    Tiemblo y callo
ante la desafiante y compasiva
mirada de la esfinge
que aparece en mi vida a cada ciclo,
no para proponer interrogantes
sino para anunciar (¿o recordarme?)
que he de llegar más lejos, aún más lejos,

hasta el fondo del tiempo,
sin compasión
para mi amor deshecho, maltratado,
para mi ser exhausto,
para el pájaro roto
que tras mis ojos pide un nido cálido
donde curar sus alas destrozadas,

pero, ¿cómo cumplir con los designios
que huyen de nuestras manos al tocarlos,
al vislumbrar una traición recóndita
a la especie doliente,
expulsada de todos los refugios?

¿qué preguntar entre expectantes rostros
que no sugieren sino esas historias
escritas en los libros
para inquietar las noches de niños y poetas?

¿cómo hablar, si mi voz no emite frases
en lenguas previsibles?
¿cómo tocar el fin de esta agonía,
si la vista se nubla, si las manos
no consiguen alzarse?
                    Vuelve, noche,
única que conoce los orígenes
de mi sangre, y la causa
del increíble azul que tras mis párpados
pide cuentas al mar que me engendrara
aunque lo lleve dentro.
                      Vuelve, noche,
protégeme del día que me agota
con un dolor de ancestros y pasado:

no soy la luz del alba, cegadora y soberbia,
no soy el sol naciente,
llevo la luz discreta y misteriosa
de las lunas primeras, el aviso
fugaz de las estrellas, la corona
punzante del cometa. 
                        No me dejes,
porque estoy retornando a tus entrañas,
porque me estoy muriendo nuevamente.








DESPEDIDA                                                            A todos mis hermanos desterrados
del reino de los vivos

Cuando mi voz se extinga en el silencio,
cuando mi rostro pierda sus colores
y mis ojos no puedan
fijarse nunca más en la belleza,
entenderéis, amigos,
por qué quise vivir junto a vosotros,

qué buscaba en los cantos que juntos entonamos,
qué intentaba saber
al escrutar atenta
los gestos y miradas de cuantos acudían
cada tarde a embriagarse en aquel sitio
que tan bien conocimos,

testigo de pesares, confidencias,
promesas y sonrisas casi siempre apagadas
por el cristal que la pupila elige
como su defensor ante el destino
y fluye, derramándose en estrellas
que alumbran las mejillas.

Si el Eterno lo quiere,
me quedaré algún tiempo entre vosotros
aunque no podáis verme, y una tarde
sentiréis mi presencia
en una brisa suave, casi helada,
pero dulce y henchida de nostalgia
como nuestras canciones.




EPILOGO

¿Se ha desvanecido la visión? ¿se produjo el milagro de la paz, el saber y la belleza florecientes en un mundo desgarrado por la intolerancia?  ¿existieron el palacio prodigioso, la gacela moribunda, las máscaras danzantes de mundos opuestos y entrecruzados? ¿llegaron a encenderse sin temor las luces de Januká y de Peisaj en las inmediaciones del Sagrario? ¿convocaron a la alegría tres inicios de año diferentes? ¿hubo alguna vez una fuente encantada? ¿se escuchó su dolorosa voz? ¿fascinaron las hijas del mar hace siglos a los navegantes? ¿arrancó un amor desesperado los gemidos de una hermosa tras las celosías? Sólo podrían responder los viejos testigos de Sefarad y Al-Andalus: sus construcciones. Y ellas, que conocen toda la verdad, que saben que fueron ciertos cada imagen, cada escena, cada palabra, se limitan a preguntar a su vez: ¿presientes el destino, tu destino?




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