Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
SÃ, yo sabÃa que tus manos eran
el alhelà florido, la azucena
de plata;
algo que ver tenÃas
con el suelo,
con el florecimiento de la tierra,
pero
cuando
te vi cavar, cavar,
apartar piedrecitas
y manejar raÃces
supe de pronto,
agricultora mÃa,
que
no sólo
tus manos,
sino tu corazón
eran de tierra,
que allÃ
estabas
haciendo
cosas tuyas,
tocando
puertas
húmedas
por donde
circulan
las
semillas.
AsÃ, pues,
de una a otra
planta
recién
plantada,
con el rostro
manchado
por un beso
del barro,
ibas
y regresabas
floreciendo,
ibas
y de tu mano
el tallo
de la astromelia
elevó su elegancia solitaria,
el jazmÃn
aderezó
la niebla de tu frente
con estrellas de aroma y de rocÃo.
Todo
de ti crecÃa
penetrando
en la tierra
y haciéndose
inmediata
luz verde,
follaje y poderÃo.
Tú le comunicabas
tus semillas,
amada mÃa,
jardinera roja.
Tu mano
se tuteaba
con la tierra
y era instantáneo
el claro crecimiento.
Amor, asà también
tu mano
de agua,
tu corazón de tierra,
dieron
fertilidad
y fuerza a mis canciones.
Tocas
mi pecho
mientras duermo
y los árboles brotan
de mi sueño.
Despierto, abro los ojos,
y has plantado
dentro de mÃ
asombradas estrellas
que suben con mi canto.
Es asÃ, jardinera:
nuestro amor
es
terrestre:
tu boca es planta de la luz, corola,
mi corazón trabaja en las raÃces.
¿ Te gustó este poema? Compártelo:

